CUANDO COMÍAMOS PISTACHOS

 Lo dicen tus ojos. Y las pequeñas arrugas de tu sonrisa. Aunque finjas no acordarte de lo de entonces. Me parece buena idea. Que no se entere nadie, mejor fingir lo de antes y porque no, lo de ahora también. Lo que sea que se llame lo de ahora. Será cosa tuya, mía y de la vida. Retorcida, cruel y caprichosa vida que hace guiones con las cosas del corazón. Y ahora se ha empeñado en volver a ponernos en el mismo camino, 26 años después. Con el final que solo ella sabe. 



Las fotos de antes podrían ya ser en blanco y negro, pero seguro que salimos sonriendo. Porque lo hacíamos, sonreír. Pese a que cada uno sabia lo que sentía el otro, sabía que se iba a quedar ahí. Que los helados de pistacho y la comida picante que comimos el uno por el otro, no sirvieron, porque faltaron las palabras. Las mías por supuesto. 

Y ahora sobran. Las mías otra vez. Ahora no siento porque no me callo. Y no dices porque no te escucho...en eso no he cambiado. No escuché antes que me querías y ahora no escucho porque has vuelto. Por miedo, por torpeza y porque soy así, en eso tampoco he cambiado. Ni en hacerte reír, ni en recordar la de cosas que hicimos y lo rápido que la vida nos sacó del mismo camino. 

He descubierto que puedo ser capaz como lo fui entonces, de devolverte la sonrisa que la vida nos quitó a ambos y que a lo mejor, si se da el caso, de volverme a enganchar a los helados de pistacho por tí. Cuando los dos fuimos uno sin ser diferentes cuerpos. Ya me entiendes... espero.

Tuvieron muchas canciones y muchas de amor, aunque fuera gamberro. Con la foto en blanco y negro de los canallas de El canto del loco, cierro el post, sobre los caminos de la vida que a veces vuelven a entre cruzar dos personas. 









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