Con letras doradas pero temblorosas. Así se escribe. Porque las dudas están ahí. Enganchadas a la ilusión y a los sueños, disfrazadas de prudencia. Y así te lo cuento también y te escucho contarlo. Pero tú las camuflas mejor, haces que solo se vea el brillo, el oro de las letras. Hay que hacerlo, aún así, hay que intentarlo. Hay que pensar que no hay triunfo sin fracaso ni ilusión sin desengaño. Todo ha cambiado, los brazos extendidos son ahora renglones en libretas viejas y las cervezas de terraza, son infusiones relajantes tomadas en la intimidad. Mejor escribirlo que contarlo, no vaya a ser que me dé por juzgarte mientras me lo cuentas.
Dices que no me asuste al leerlo, que por favor llegue hasta el final y que comprenda que es la mejor manera de decirme que la quieres. Que te has enamorado sin querer y que tus piernas tiemblan de miedo.
Lo que no sabes es que a mí me pasa igual, que el corazón conduce y el miedo descarrila, que me encanta su locura, su caos y la tremenda dulzura escondida en sus labios. Y que yo también la quiero. Que las heridas pasadas son maestras y que una vez más nuestras vidas van en un curioso camino paralelo.
Ninguno queríamos, y ninguno de los dos quiere. Ninguno quiere alterar ni una coma de su ansiada y costosa libertad, pero ya es tarde. En tus líneas y en las mías se escribe lo mismo. Pero creo que tú transmites un poco más de claridad y menos fuego. Ya sabes que el impulsivo de los dos siempre fui yo.
Con esa altura, esa cara y ese todo, el tipo daba un miedo que lo flipas, como para cruzartelo por la calle. Su bittersweet symphony, te dice que tires palante. Pero se encumbró con esto y así pongo fin a este post sobre contar momentos dulces, amargados por el miedo.
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