Lloraba sin saber que eras tú quien tocaba el piano. Jamás supe que lo tenías. Ese talento, ese genio escondido. Esa capacidad de sacar calma de un cuerpo tan herido como el tuyo. Daba igual que solo fueran cinco minutos de auténtica música, daba igual que acabaras repitiendo una y otra vez la misma canción. No importaba que no hubiera letra o que dieras por hecho que nadie te escuchaba. Era arte. Tú eras arte. Y tenía que llover fuera encima para descubrirlo. Vi tus tormentas, tú dolor, deslizarse juntos por tus dedos, llenando de dulzura musical todo el espacio. Y por fin te entendí. Vi la luz en tu eterna oscuridad.
Vi tu espalda encorvada, más torcida que nunca. Tú silencio adueñarse como siempre de tí. Jugué a intentar encontrar tu sonrisa sabiendo que era imposible. Me parecías bello, como algo celestial vestido de negro riguroso. Desde entonces eres más grande aunque siga sin entender tus maneras, tú empeño en ser arisco y solitario y tú terrible obsesión por encontrarle sentido a todo.
Rechazaras esto como todo lo simple de la vida y verás la belleza donde nadie nunca la verá. He tardado, y ha tenido que llover, para que entienda tus tormentas, tus decisiones y tus cicatrices. Aunque tú no entiendas las mías. Así que mejor que no te dedique esto y que no sepas que va por tí.
Cerraré con algo que se que te gusta y que te identifica, sin embargo eres capaz de sorprenderme y decirme que ya no...con Mike Oldfield y su clásico más conocido, cierro el post sobre tí...y perdona si no te conozco lo que debía.
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